Hace unos días se dio a conocer que Irina Baeva había recibido una ola de disculpas de usuarios de redes sociales que en un primer momento le enviaron toda clase de mensajes de odio cuando se dio a conocer su noviazgo y posterior compromiso con Gabriel Soto.
La mujer de origen ruso tuvo que conceder numerosas entrevistas, mostrarse honesta y real para que la gente detuviera un poco los ataques despectivos en su contra. Por su parte, Soto había sido señalado como “un galán”, “el conquistador que se robó el corazón de la bella actriz”, “un campeón”, o “un ganador”.
Desde “rompehogares” a “robamaridos” -como los términos más suaves dentro del cúmulo de críticas y palabras ofensivas que Irina recibió-; miles de usuarios y usuarias anónimas depositaron en sus redes juicios de valor con respecto a su noviazgo. Pero hubo un personaje del que poco se habló en ese momento: Gabriel Soto.
A pesar de que él era un hombre casado, en pocas ocasiones fue el blanco de los señalamientos, burlas o acusaciones. La pelea que se creó en los medios siempre ocurrió entre dos personajes. Geraldine Bazán e Irina Baeva; en aquel entonces los medios se preocuparon por enfrentarlas, por dividirlas y humillarlas.
Mientras que Soto en todo momento gozó de un voto, de un pacto invisible, de una forma que impera en la sociedad: el machismo, el pacto patriarcal.
Incluso cuando este tipo de situaciones parecen demasiado superfluas o vanas, la manera en que los medios enfrentan a las mujeres denota el sesgo machista que se tiene y la misoginia que prevalece a pesar de que en pleno siglo XXI se tiene mayor información, recursos y herramientas para hacer un examen de conciencia.
Este es el claro ejemplo de un caso de misoginia -según la RAE, sentir aversión por las mujeres o lo femenino- pues deshumanizan la verdadera valía del sexofemenino y lo reducen a comportamientos sexuales; porque al final, el machismo eso es lo que encuentra como única característica valiosa en ellas.
Con Información de Radio Fórmula